Desde hace ya un año todos los tipos de educación se han visto sacudidos por la pandemia. Primero, con el confinamiento, que rápidamente tuvimos que adaptarnos a clases online y, ahora, con la incertidumbre de cómo van a ir las cosas de un día a otro.
A muchos, como a mi, nos ha pillado en el primer año de universidad y nos está afectando mucho. Venimos de acabar bachillerato encerrados en casa y hemos empezado una nueva etapa teniendo que adaptarnos a las modalidades que imparten nuestras universidades (dual, online o presencial) y sin poder aprovechar nuestro tiempo libre como se suele hacer en la universidad.
Esta situación crea mucho cansancio a todos. Los profesores se ven obligados a hablarle a una pantalla tras la cual no tienen ninguna certeza de que los alumnos estén atendiendo y disfrutando o no y los alumnos nos vemos obligados a estar delante de una pantalla durante las horas que sean, sin tener interacción entre nosotros y teniendo que ponernos en contacto con los profesores online, que siempre aporta menos que en persona.
Gracias a todos los avances tecnológicos que han ido sucediendo a lo largo de estos últimos años, la mayoría de las personas podemos adaptarnos a las clases online. Pero existe una mayor brecha estudiantil entre los alumnos que pueden tener un dispositivo para trabajar ellos solos y los que, por el contrario, deben compartirlo con los familiares, los que tienen espacios en sus casas para atender a las clases sin problemas y los que no...
Esta situación nos está haciendo reflexionar mucho ya que, siendo futuros/as educadores/as sociales no podemos permitirnos no pensar en todas las desigualdades que están sucediendo.
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